Prisioneros del ayer
Hay quienes viven atrapados en las redes de sus propios fantasmas, presos de un pasado que no ha dejado de doler, aunque ya no existe.
El tiempo, que para tantos es un río que fluye, para ellos se detiene en los días más oscuros, como si el reloj se niega a avanzar y los condenara a repetir la misma herida una y otra vez
Han pasado los años, las décadas, pero la memoria es traicionera y vuelve a ponerle sal a las viejas cicatrices.
No puedo decirles qué hacer con ese peso que arrastran en sus espaldas, no soy quién para eso.
Pero sí puedo imaginar que algún día se abrirán las ventanas de sus cárceles internas, dejando entrar el viento fresco de la vida, que les dirá al oído que el pasado no tiene por qué dictar el futuro.
Así que, quizás entonces, finalmente, se atrevan a buscar en otros ojos la ayuda que no se dieron a sí mismos. Porque nadie merece ser prisionero de lo que ya no existe.
El dolor, al igual que la alegría, es parte de ese tejido extraño que llamamos vida, pero atarnos a los dolores viejos es como negarse a vivir en el presente.
Es olvidar que la vida, aunque llena de heridas, también ofrece curaciones. Que el olvido, se trata de aprender a soltar, de entender que el pasado no puede tocarnos, a menos que le abramos la puerta.
Y eso solo depende de ti.