«Después que María cayó en el pozo, lo taparon»
Hay un dicho que siempre ha rondado mi mente: «Después que María cayó en el pozo, lo taparon». Hoy, esa frase pesa más que nunca. Hace unas horas, un avión se estrelló en São Paulo, Brasil, llevándose consigo a 61 almas. La noticia golpea como un martillazo en el pecho, dejándonos en silencio, atrapados en la tristeza por las vidas que se apagaron de golpe.
Pienso en cada uno de esos pasajeros, en los destinos rotos, en las historias que jamás conoceremos. Y me pregunto, ¿por qué esperamos siempre a que la tragedia nos sorprenda para reaccionar?
Tapar el pozo después de la caída de María, o intentar hacer algo tras el impacto en São Paulo, es un acto desesperado, una respuesta tardía que no puede resucitar lo que se ha perdido. Nos encontramos atados al dolor, moviéndonos entre escombros, buscando consuelo en lo que ya no tiene remedio.
Pero no debería ser así.
No podemos seguir esperando a que el destino nos sacuda para movernos. Las acciones preventivas no solo van de evitar grandes catástrofes; empiezan en los detalles más pequeños: desde un semáforo que no funciona, una señal de advertencia que falta, hasta las revisiones de seguridad que nunca deberían ser tomadas a la ligera.
Desde cualquier rincón de la vida, desde las oficinas hasta los aeropuertos, desde los despachos hasta los centros de salud, debemos abrazar la política de la anticipación, de la acción antes del dolor, de la prevención antes del luto. Porque evitar un desastre es más que una responsabilidad, es un acto de humanidad.
Tapemos los pozos, sí, pero hagámoslo antes de que alguien caiga en ellos. No dejemos que otras Marías, que otros pasajeros, se conviertan en nombres en una lista que nunca debió existir.