El tiempo nos trae paz
El dolor en el presente se siente como una herida abierta, una ofensa que arde y quema en lo más profundo del ser. Cada palabra, cada acción, se clava como una espina en el alma, haciendo que cada momento sea insoportable.
El dolor en el pasado, por otro lado, se transforma en un fuego lento y constante. Se recuerda como una furia contenida, un enojo que burbujea bajo la superficie. Es una sombra que nunca se desvanece por completo, siempre presente, siempre recordándonos las cicatrices que llevamos.
Y el dolor en el futuro… ese es quizás el más insidioso de todos.
Se percibe como una amenaza constante, una ansiedad que nos roba el sueño y la paz. Es el temor a lo desconocido, el miedo a revivir las mismas heridas, a sentir las mismas ofensas y a alimentar el mismo enojo.
Sin embargo, en medio de todo ese dolor, siempre existe la posibilidad de encontrar la paz. Aunque las heridas sean profundas y las sombras persistentes, el tiempo y la esperanza tienen el poder de sanar, transformando el sufrimiento en una fuerza para el cambio y el crecimiento personal.