“Había una vez un falso maestro “
Hace años en un viaje de trabajo a Bangkok, Tailandia, escuché de un empleado de mi distribuidor, este cuento. Siempre lo recuerdo, especialmente cuando escucho hablar a los políticos, y hoy lo comparto.
Era un renombrado maestro; uno de esos maestros que corren tras la fama y gustan de acumular más y más discípulos. En un gran salón, reunió a varios cientos de discípulos y seguidores. Se irguió sobre sí mismo, impostó la voz y dijo:
–Amados míos, escuchen la voz del que sabe.
Se hizo un gran silencio. Hubiera podido escucharse el vuelo precipitado de un mosquito.
–Nunca deben relacionarse con la mujer de otro; nunca. Tampoco deben jamás beber alcohol, ni alimentarse con carne.
Uno de los asistentes se atrevió a preguntar:
–El otro día, ¿no eras tú el que estabas abrazado a la esposa de Jai?
–Sí, yo era –repuso el maestro.
Entonces, otro oyente preguntó:
–¿No te vi a ti el otro anochecer bebiendo en la taberna?
–Ése era yo –contestó el maestro.
Un tercer hombre interrogó al maestro:
–¿No eras tú el que el otro día comías carne en el mercado?
–Efectivamente –afirmó el maestro. En ese momento todos los asistentes se sintieron indignados y comenzaron a protestar.
–Entonces, ¿por qué nos pides a nosotros que no hagamos lo que tú haces?
Y el falso maestro repuso:
–Porque yo enseño, pero no practico.
Moraleja:
Las palabras sin acción son como un eco vacío, pero los hechos son el eco que resuena en la memoria de los demás. Si deseas ser un faro de autenticidad y respeto, asegúrate de que tus acciones reflejen tus palabras, porque la coherencia entre ambos es la clave para construir confianza y credibilidad en tu vida.