La confianza

La confianza es un hilo invisible, tejido entre los corazones, que nos permite caminar sin miedo hacia el otro. Es el puente que cruzamos con los ojos cerrados, con la certeza de que alguien estará allí, al otro lado, esperando. Sin confianza, los caminos se vuelven desiertos.

Confiar es un acto de fe que no se aprende en los libros ni se hereda en la sangre.

Se aprende en la mirada del otro, en el calor de las manos que no sueltan, en los silencios que hablan más que cualquier promesa. La confianza no se impone ni se exige; se da. Es un regalo hecho de verdades pequeñas y gestos sin ruido. Reconstruirla es como recoger los pedazos de una vasija rota y tratar de unirlos. Cada grieta cuenta la historia de una traición, de un silencio que debió ser un abrazo, de una verdad que nunca llegó. Y aunque el hilo se vuelve a tejer, siempre quedan nudos, marcas que nos recuerdan que una vez estuvimos solos, desconfiados, heridos.

En el mundo de hoy, donde los muros crecen más rápido que los puentes, la confianza es un acto revolucionario.

Es el grito silencioso que dice: «Te creo». Es mirar al otro y descubrir que, en su vulnerabilidad, también vive tu reflejo. Porque confiar no es solo apostar por el otro: es creer que juntos podemos ser más, que el nosotros es más fuerte que el yo. La confianza comienza en los primeros pasos, cuando un niño alza los brazos esperando ser sostenido. Se construye en los primeros abrazos y se multiplica en cada encuentro donde la piel, las palabras y las miradas se reconocen como amigas. Pero no solo vive en los gestos grandes; Habita también en las cosas pequeñas: en la risa que no es fingida, en la promesa cumplida sin aplausos, en el silencio que acompaña sin juzgar.

Un pacto entre almas.

Una brújula que nos guía en el caos de los días, un fuego que nos calienta cuando el frío de la soledad amenaza. Y aunque a veces tiemble, aunque a veces duela, siempre vale la pena sostenerla, porque en ella vive la esperanza de un mundo menos roto. La confianza nos salva de ser islas. Nos convertimos en puentes, en leguas compartidas, en constelaciones que brillan juntas. Al final, confiar es el acto más humano que existe: creer que, aunque somos frágiles, podemos sostenernos unos a otros.

Muchas veces, las traiciones no ocurren en un vacío.

Aunque la culpa recae principalmente en quien actúa de manera desleal, también es cierto que en ocasiones nosotros mismos hemos ignorado señales o hemos creído, elegido, en una versión idealizada de esa persona. Esto no es para castigarnos, sino para aprender: reconocer nuestra responsabilidad nos da poder para no repetirlo.  Confiar no está mal, pero quizás la clave está en equilibrar la confianza con la prudencia, observando no solo lo que queremos ver, sino lo que realmente está frente a nosotros. Es duro aceptarlo, pero en esa aceptación hay crecimiento.