Decir no al miedo y sí al amor

Hay días en que la vida nos golpea fuerte, como un viento que no avisa. Y entonces, solo quedan dos caminos: rendirse al miedo o abrazar el amor. Porque el amor nos aleja del miedo.  Ese amor que no es palabra ligera, ni estribillo que se lleva el viento. No. El amor es una raíz profunda que nos sostiene, aunque a veces duela.

El amor, ese que nos enseñaron a buscar en cuentos y novelas, no es siempre la gran explosión, ni el fuego que todo lo arrasa. A veces es una caricia que apenas se siente, un susurro en la tormenta, una mano que se tiende sin hacer ruido El amor es eso que se esconde en las pequeñas cosas, en lo que no se dice, pero se sabe. Es el café que se sirve en la madrugada, la palabra justa en el momento cierto, el silencio que acompaña.

El amor es rebelde, es terco.

No se conforma con las fronteras ni los mapas. Se ríe de las leyes y de los mandamientos. Es la más humana de las utopías, y por eso, la más peligrosa, la más hermosa. Porque en un mundo que nos enseña a competir, a acumular y a desconfiar, el amor insiste en compartir, en confiar, en entregar.

Y no es solo de dos, no es solo de amantes. El amor, cuando es verdadero, tiene brazos largos. Abraza a los amigos, a los hijos, a los desconocidos. Es la chispa que nos conecta con el otro, aunque no hablemos el mismo idioma, aunque no compartamos las mismas creencias. El amor, al final, es esa locura que nos hace humanos, la única cordura en este manicomio que llamamos mundo.

El amor no es solo un refugio en otro, es una forma de estar en el mundo.

Es una persistencia testaruda, una resistencia contra la soledad, la desesperanza, el desencanto. El amor no es un lujo ni una indulgencia pasajera; es la manera más noble de enfrentarse a lo inevitable. Es ternura, sí, pero también es lucha. Porque el que ama, en el fondo, no se da nunca por vencido.

El amor se manifiesta no solo en las relaciones, sino también en el trabajo, ese acto cotidiano que a veces nos pesa tanto. Amar lo que hacemos no es un privilegio, es un acto de fe. No significa que cada día esté libre de cansancio o frustración, pero sí ver en el esfuerzo diario una oportunidad de crecer. Amar el trabajo no es conformismo, es orgullo. Es encontrarle sentido, aun en la adversidad.

Elegir el amor no es fácil.

Es un acto de valentía, porque el amor no es ausencia de espinas. Es caminar sobre ellas, sabiendo que cada paso, a pesar de los tropiezos, nos acerca a algo más grande. No es refugio de débiles, es la terquedad de quienes se niegan a hundirse en la desesperación. Es más sencillo culpar, señalar con el dedo, esperar que la tormenta pase. Pero cuando la vida me sacude, elijo el amor.

El amor no es ciego.

No se queda quieto ante la injusticia. No es una venda sobre los ojos, es una chispa que arde, que ilumina. Nos enseñaron a maldecir la oscuridad, a pelear contra ella. Pero también se puede encender una luz, pequeña, titilante, pero luz al fin. Esa chispa es amor.

No es lo más fácil, pero es lo más humano, porque todavía sigo pensando que: “amor es preocupación por el otro”.