El pacto entre “la suerte y el talento”

Muchos dicen que el talento es cosa de dioses, un regalo caído del cielo, como una caricia en el frente de los elegidos. Pero esos mismos que creen en las manos divinas, olvidan que la suerte también tiene su arte, su oficio, su pulso. Y que el talento, más que un don, es una forma de caminar por el mundo, con los ojos bien abiertos y los pies dispuestos a tropezar con las casualidades.

Porque, ¿acaso la suerte no tiene su talento también?

Se viste de encuentros fortuitos, de puertas que nadie sabía que existían hasta que el azar las entreabre. Pero el talento, el verdadero, no se rinde a las primeras sombras. Es la insistencia de un músico que le canta al viento en el rincón más solitario del metro. El talento sabe esperar, porque intuye que la suerte, a veces, camina lento.

Y cuando se encuentran, el uno con la otra, el milagro sucede:

No es que la suerte haya sonreído, ni que el talento haya sido tocado por una varita mágica. Es que ambos, juntos, hacen un pacto silencioso: el talento sigue adelante y la suerte aparece, con su manera tímida, cuando menos lo esperamos.

Así que no te engañes, no.

La suerte no es el capricho de los cielos, ni el talento una estrella reservada para pocos. Ambos son hijos de la misma familia: los que no se cansan, los que persisten, los que siguen creyendo.