El decálogo de la responsabilidad social

En ciertos rincones del mundo, he visto cómo la responsabilidad social brilla con la intensidad del sol estival. Ahí, los habitantes han adoptado ciertos principios como credo, como una manera de existir. En el pulso de su vida diaria, laten diez reglas doradas, cuyo orden es tan libre como el vuelo del colibrí:

  1. La moral como principio básico: No se trata de una moral impuesta, sino de aquella que brota del corazón y se refleja en cada acción. La que respeta todas las circunstancias y exige respeto por sí misma. La que profesa un buen vocabulario.
  2. El orden y la limpieza: Como una danza armoniosa, el entorno y el espíritu deben encontrar equilibrio. No solo la limpieza propia, sino también el respeto hacia los espacios comunes, esos que no son mi casa, pero que cuido como si lo fueran.
  3. La integridad: Ser íntegro, ser yo mismo, sin fisuras ni dobleces.
  4. La puntualidad: El respeto al tiempo, propio y ajeno, como un reloj de arena que no admite dilaciones. Lo dijo Napoleón: «Vísteme despacio que estoy apurado».
  5. La responsabilidad: El ligero peso de las obligaciones cumplidas, que alivia y ennoblece.
  6. El deseo de superación: Esa llama interna que me impulsa a ser mejor, a no conformarme con lo fácil.
  7. El respeto a las leyes y reglamentos: No como cadenas que aprisionan, sino como reglas del juego justo que todos debemos jugar.
  8. El respeto por el derecho de los demás: Reconocer al otro en su dignidad y sus derechos, como si fueran los míos propios.
  9. La ética del trabajo: Trabajar con el alma, poniendo en cada tarea lo mejor de mí mismo.
  10. El esfuerzo personal: La constancia, el empeño, la lucha diaria por superar los obstáculos que la vida pone en mi camino.

Estos principios no caen del cielo como lluvia bienhechora; se aprenden, se cultivan, se practican. La educación es la semilla de donde brota la responsabilidad. Es en la escuela de la vida donde me apropio de los mimbres para ser responsable, interiorizando valores que me guían en el discernimiento y en la acción consciente.

En estos tiempos de guerras, de antidemocracia, de desorden y falta de respeto, de ofensas gratuitas, plagados de opiniones «antis», se nos llama a ser responsables, a escuchar nuestra voz interior, a actuar con conciencia. Es el momento de demostrar que hemos aprendido la lección, que somos capaces de elevarnos por encima de las circunstancias y responder con humanidad y solidaridad.