Lazos eternos

Nuestra amistad surgió hace más de treinta años, y el tiempo, implacable y sabio, ha tejido los lazos que nos mantienen unidos a pesar de las distancias.

Piero, un hermano que la vida me concedió, brilla por su generosidad, solidaridad, honestidad y lealtad. Siempre dispuesto a tender una mano, no solo conmigo sino con todos, como si llevara en su ADN esa impronta de bondad rara en nuestros días.

La vida nos hizo familia, y eso es un regalo.

Cada encuentro, especialmente en nuestra querida Italia, es un festín de vida que Piero se empeña en ofrecer. Allí, junto a él, está toda la familia italiana: hermanos, cuñadas, primos, tíos, y esa gente que, con el corazón abierto, te adopta para siempre. Y todo se adereza con la comida familiar, esa otra forma de dar afecto, de mostrar amor, que simboliza lo que faltó en tiempos de guerra, cuando el hambre era el Rey.

Lucilla, su esposa y mi amiga, es la presencia constante.

Ella, con esa capacidad de escuchar y entender más allá de las palabras, es una mujer inolvidable, siempre presta a brindar ayuda desinteresadaY cómo olvidarme de Silvia y Paolita, dos hermanas dignas de tan maravillosos padres.

He tenido la fortuna de conocer a Giulio, el padre de Piero, a la Mamá Angela, a los padres de Lucilla: Guglielmo y su sabia y poderosa esposa Renata, así como a Delia y Umberto, esos hermanos siempre sonrientes y afectuosos.

Por eso, cada vez que regreso al sur de Roma, a esta campiña que surge como la «nueva Toscana», me siento en casa. Una casa donde todo es afecto y generosidad.