América latina necesita recuperar a la clase media, el motor histórico del crecimiento
El Dr. Marcos Aguinis (Río Cuarto, Argentina, 13 de enero de 1935) es un médico neurocirujano, psicoanalista y escritor argentino. Escribió en el 2012 en el diario La Nación de Buenos Aires, un articulo impecable, que hoy representa un manual a consultar en casi todos los países latinoamericanos.
Hemos seleccionado 12 conceptos, reflexiones o como os guste llamar de la tan necesaria y castigada “clase media”.
- Se la menciona con cierto pudor, porque no tiene límites claros y se la vincula con los rasgos mezquinos, crueles e insensibles de la burguesía y pequeña burguesía bien descriptos en poderosos textos de la literatura universal. Sin embargo, la realidad no es tan esquemática ni rígida. Ahora sabemos que la clase media no se reduce a sus defectos, porque defectos tienen todos los niveles. Ya es hora de enaltecer sus virtudes.
- Los inmigrantes fueron los principales protagonistas del fenómeno que engrosaba esta brumosa nueva clase, que hasta entonces había sido muy delgada. Los recién llegados no traían dinero, sino agobio por el hambre y las persecuciones. Querían aplicarse al trabajo para mejorar su vida.
- Tanto en el campo como en las ciudades empezó a consolidar valores que operaron como semillas. Esos valores dieron sustento a tres culturas: la cultura del trabajo, la cultura del esfuerzo y la cultura de la honestidad. Había consenso en que nada llegaba gratis. Ningún derecho se obtenía sin la correlativa obligación. Era posible prosperar, pero sólo mediante la actividad intensa y correcta. La deshonestidad era tan mal vista que una familia dejaba de asomarse a la vereda si alguno de sus miembros cometía un delito.
- En el optimista clima que reinaba dentro y fuera del hogar flotaba el anhelo del progreso. Una «sana» ambición, como se dice ahora, porque la ambición a secas ha comenzado a sonar como una disonancia. Era común la ambición de tener una vida digna, constituir familias sólidas, educar a los hijos, gozar de la cultura, ascender. No se aspiraba a fortunas enormes, sino a las que permitiesen lograr los objetivos irrefutables (maravillosos) de la vida digna, la familia sólida, la buena educación de los hijos y un razonable progreso.
- Por desgracia, esas tres culturas empezaron a ser derruidas en la primera mitad del siglo XX. La cultura del trabajo fue reemplazada por la de la mendicidad, la cultura del esfuerzo por la del facilismo y la cultura de la honestidad por la de la corrupción. Lo revela con una elocuencia insuperable el tango «Cambalache», compuesto en 1935, hace casi ochenta años. Tiene una estremecedora vigencia. Todavía resuena la burla que entonces se hacía a los inmigrantes analfabetos que se apuraban por tener un «hijo dotor». Pese a las dificultades de todo orden, los tuvieron, y en gran cantidad.
- El estudio era un dato cotidiano, infaltable, obligatorio. Todos los niños debían ir a la escuela y una gran parte luego pasaban a establecimientos técnicos o colegios secundarios. Hasta en el servicio militar se debía educar a los conscriptos. Al mismo tiempo, crecieron las universidades con profesionales, docentes e investigadores que asombraron al planeta y hasta obtuvieron el premio Nobel. Era un ejército de gente admirable que, en su inmensa mayoría, por supuesto, se originaba en la clase media.
- En aquella época de predominante clase media se aplaudía el mérito, se elogiaba la tenacidad. No se concebía consolar al que quedaba abajo haciendo descender al que llegaba arriba, porque significaba igualar hacia la fosa y quitar incentivos (nefasta política establecida más adelante). No se le tenía miedo ni desconfianza a la competencia, porque movilizaba los resortes del esfuerzo y mejoraba los resultados del conjunto. Era una mirada opuesta a la que vino después.
- Los docentes estaban bien pagados. Eran «maestros» de verdad, no simples y aburridos «trabajadores de la educación». Se esmeraban por mejorar la calidad educativa. Recibían un gran respeto por parte de los alumnos y sus padres (no era concebible que sufrieran las agresiones de los últimos tiempos). Desempeñaban roles centrales en la vida social.
- Como parte de esa obsesión por el estudio brotaron centenares de bibliotecas públicas, pagadas, cuidadas y ensalzadas por la misma gente. En ese ámbito circulaban los fermentos del empeño y la decencia que caracterizaban a una clase media que no dejaba de crecer. Se multiplicaban los escritores, periodistas, dramaturgos y talentos artísticos en las bellas artes, la música y el teatro. Era una primavera larga, con los altibajos de la adolescencia que caracteriza a ese período, por supuesto.
- Un grueso sector de la clase media está compuesto por las pymes. No es frecuente escuchar que se las tenga debidamente en cuenta. Son las proveedoras de muchísimos puestos de trabajo y esa virtud no es objeto de halagos entusiastas. En ellas se ejercen la imaginación y el músculo. No viven de la limosna ni de los subsidios. Funcionan en las ciudades grandes y pequeñas, en el campo y en los lugares más alejados del país. Pero sufren una impiadosa extorsión impositiva. El dinero que se les quita no se dirige a obras de infraestructura ni a una mayor eficiencia del Estado, sino para mantener un Estado elefante, voraz, ciego, irracional y caprichoso, que desperdicia sus riquezas en burocracia, amigos, ñoquis y punteros.
- La clase media parece condenada hoy en día. En el sector condenado a la pobreza tampoco todos son iguales. Existen, sobreviven y luchan millones de seres para mejorar su condición y darles educación a sus hijos. Muchos no tienen acceso a las necesidades básicas. Son víctimas de un sistema perverso que proclama defenderlos y en realidad los aliena y usa. Están atrapados. Hasta los niños deben recurrir a una mendicidad que retuerce las vísceras, a trabajos en negro, a trabajos temporales, a ser cartoneros o acróbatas junto a los semáforos, o a rendirse al consuelo letal de las drogas.
- Muchos ni saben cuáles fueron las virtudes de una clase media boyante. No se los ayuda con políticas de Estado coherentes. El nefasto populismo que nos envenena necesita que haya muchos pobres para sobornarlos y quitarles el voto. Los publicitados planes sociales no resuelven problemas, porque sólo anestesian la rabia. No sería lógico negar la importancia de la anestesia. Pero una anestesia sólo debe aplicarse para curar en serio. Crece una pobreza marginal que se amontona en los suburbios y padece graves conflictos. En síntesis, es hora de recuperar el orgullo de ser miembro de la clase media, destacar sus valores, brindarle el máximo apoyo y conseguir que vuelva a ser la vanguardia de un progreso sustentable.