Enrique Piñeyro. El millonario rebelde. Por qué decidió usar su fortuna para salvar al mundo (o, al menos, a una parte)

Texto: Nicolás Cassese – 3 de abril de 2022

Fuente: Diario La Nación

VARSOVIA, Polonia.- El 19 de diciembre de 2001, mientras la Argentina implosionaba, Enrique Piñeyro recorrió las dos cuadras que separaban su casa en Olivos de la quinta presidencial. Como muchas noches de ese fin de año fatídico, una multitud se manifestaba contra el gobierno de Fernando de la Rúa. Piñeyro vestía un disfraz de Batman y bajo esa identidad corrió hasta el portón de la quinta. Mientras lo levantaban en andas, desplegó sus brazos para lucir la enorme capa de seda que coronaba su atuendo. -¡Batman! ¡Batman! -coreó la multitud, una pequeña concesión humorística en medio de la tragedia.

En ese instante, Piñeyro fue feliz. “Fue divertido”, recuerda con su sonrisa de niño de 65 años. Como Bruno Díaz, Piñeyro es adinerado, culto, de buen gusto y tiene debilidad por los medios de transporte potentes. En su caso, aviones. Pero dos son las principales características que emparentan al hombre detrás de Batman con el expiloto de LAPA. La primera es su condición de justicieros.

La segunda, la facilidad para montar un buen show y ubicarse en el centro del escenario. Piñeyro habla en susurros que sobrevuelan la ironía. De charla inteligente, políglota y, a veces, maliciosa, puede parecer altivo, pero es apenas un escondite para ocultar su verdad. “Me duele la brutalidad de la pobreza”, dice. A Piñeyro, hay injusticias que lo perturban al punto de invertir su tiempo, su fortuna y su prestigio para intentar revertirlas.

 Así lo hizo cuando era piloto y denunció que LAPA incumplía normas básicas de seguridad. El 31 de agosto de 1999, dos meses después de su renuncia, un avión de esa aerolínea se estrelló antes de despegar del Aeroparque Jorge Newbery. Murieron 65 personas. Piñeyro usó elementos de esa historia en Whisky, Romeo, Zulu, la película que dirigió y protagonizó.

Su siguiente objetivo fue el Poder Judicial. En 2010, estrenó el documental El Rati Horror Show, que cuenta la injusta condena contra Fernando Carrera. Acusado de un crimen que no cometió, Carrera estuvo siete años preso, hasta que fue absuelto por la Corte Suprema de Justicia. Hay cientos de presos con causas fraguadas en las cárceles argentinas, y Piñeyro armó la sede local de Innocence Project, una fundación de Estados Unidos, para atender sus casos.

Ahora, su atención está puesta en los refugiados que huyen de Ucrania a causa de la invasión rusa. Acaba de volver de Europa luego de hacer tres vuelos humanitarios para rescatar a 583 ucranianos que estaban varados en un centro de refugiados de Varsovia, en Polonia. Los dejó en Roma y en Madrid, y lo hizo piloteando su propio avión, un 787, el segundo de los dos Boeing que compró para poner al servicio de causas humanitarias. El otro es un 737.

La ONG que fundó para gestionar los vuelos se llama Solidaire. “Yo no dono, prefiero involucrarme en los proyectos”, explica. Las pruebas sustentan su afirmación. Ya sea protagonizando y dirigiendo películas, o al mando de su avión privado, Piñeyro no solo invierte dinero -mucho dinero- en las causas en las que se sumerge. También pone su tiempo y su figura en el centro de la operación.

Como Batman. ¿Cómo lo hace? “Me parece lo más normal del mundo. ¿Por qué no lo haría?”, responde cuando LA NACION le hace la pregunta más obvia: ¿por qué hace lo que hace? “Es pura empatía, la humanidad es algo a lo que pertenecemos todos y el que está en distress (con angustia), está en distress”, abunda. El segundo de los interrogantes que se vuelve inevitable luego de pasar unas horas con Piñeyro es su financiamiento.

¿Cómo sostiene los enormes costos detrás de su trabajo humanitario? A Piñeyro no le gusta revelar cifras, pero sus dos aviones y los gastos operativos que conllevan suponen inversiones millonarias. En la Argentina, la gente con mucha plata suele ser discreta, no muestran su dinero. Piñeyro no es ostentoso, pero su fortuna se vuelve evidente al verlo en acción.

 “Elegí bien a mi abuelo”, explica con ironía cuando es consultado por el tema. Su abuelo materno era Enrique Rocca, hermano y socio de Agostino Rocca, el fundador de Techint. La rama de Agostino de la familia Rocca es la tercera más rica de la Argentina, según el ranking de la revista Forbes 2021. Piñeyro dice que no le parece correcto disponer de tanto dinero.

“No debería estar permitida la acumulación desmedida. Habría que fijar un tope por consenso. ¿Cuánta plata puedo acumular? El riesgo es que comience a comprar medios, políticos y policías”, dispara. Su modelo de sociedad son los países nórdicos: “Tienen un sistema productivo capitalista, pero un sistema fiscal totalmente socialista. Me parece que está bien eso”. Y remata: “Simpatizo con la izquierda, pero estoy en una posición contradictoria porque entendí cómo funciona el sistema y cómo crackearlo”. Por el sistema se refiere al capitalismo financiero, al que asegura haber aprendido a gestionar para que le rinda beneficios.

Heredero de una fortuna, estaba disconforme con el portfolio de empresas de la familia Rocca. “Son patrimonios inmovilizados, teóricos, de gente que termina teniendo castillos y problemas para pagar las expensas”, explica. “Yo tenía acciones heredadas de mi abuelo, pero ¿qué hago con eso? El negocio no me interesa, no lo conozco”, agrega. Para salir de esa situación y poder disponer del dinero, Piñeyro vendió su participación en las empresas de los Rocca.

Lo siguiente, explica, fue estudiar y gestionar él mismo sus inversiones. “Si vos te educás para poder leer el balance sheet o el income statement de cualquier compañía, invertir es una pavada. Con eso, logré performances estelares”, afirma. Igual dice que la plata no le interesa más que como “herramienta para otras cosas”. Y esas cosas suelen ser acciones que reparan injusticias. Capitalismo disruptivo “Creo en un capitalismo disruptivo: convertir objetos de lujo en herramientas de transformación social”, explica. Se refiere a sus dos aviones privados, acaso el símbolo más trillado de la opulencia.

En el caso de Piñeyro, lo transportan entre los tres lugares donde vive -el bajo de San Isidro, en Buenos Aires, Uruguay y Madrid-, pero también, sobre todo, embarcan a mujeres y niños ucranianos expulsados de su país. “Podría tener un yate con 25 marineritos y salir a pasear”, se ríe sobre sus propias decisiones financieras. Su vocación social no le impide disfrutar de los beneficios que otorga el dinero.

Piñeyro invierte mucho, pero también vive bien y es muy generoso con los que lo rodean. “Es lindo pasarla bien, tampoco somos la Madre Teresa”, concede Carla Calabrese, su mujer, mientras hace una pequeña pausa en su turno atendiendo a los pasajeros del vuelo humanitario entre Varsovia y Roma. Veinte años después de que se conocieron trabajando en LAPA, donde ella era azafata, Calabrese y Piñeyro volvieron a su primer amor, los aviones. Actriz, directora y productora teatral, Calabrese es parte del equipo de Solidaire y vuela con Piñeyro. Tienen un hijo -Theo, de 18 años- y Piñeyro tiene otro -Andrés, de 42- de una relación anterior. Calabrese es alegre y optimista. “Cuando uno es generoso, nunca te quedás sin plata”, se ríe.

‎En la cena de bienvenida, luego de un largo viaje de Buenos Aires a Varsovia, Piñeyro propuso un juego: que cada uno de los nuevos integrantes de la comitiva se presentara en 40 segundos. Luego, él cerraba con una pregunta entre íntima y graciosa. “¿Cuándo fue la última vez que te enamoraste?”, le lanzó a uno de los comensales. El ejercicio es típico de Piñeyro, una provocación inteligente que ponía a prueba a su interlocutor y lo dejaba a él en el centro de la escena. Su vocación para llamar la atención, admite, le viene desde la cuna, o antes.

“Fueron 36 horas de trabajo de parto”, dice sobre su propio nacimiento, en Génova, Italia, donde su familia estaba de paso. Su madre, Marcela, era instrumentadora quirúrgica y su padre, Enrique, cirujano pediátrico. Los Piñeyro Rocca tuvieron cuatro hijos –“yo soy el número uno”, dice Piñeyro- y diferentes enfoques sobre cómo criarlos. Según Piñeyro, su madre lo alentaba en todos sus emprendimientos.

Su padre, en cambio, era estricto. “Un tipo complicado, me desaprobó todas las elecciones”, cuenta. “Hubo algún que otro castigo corporal excesivo, incluso hasta para la época”, concede, sin abundar más. Piñeyro cursó en el San Andrés, un viejo y exclusivo colegio fundado por descendientes de escoceses, y cumplió con el deseo paterno de destacarse con notas sobresalientes durante toda la primaria. Ya en la secundaria decidió que le había dejado de importar la aprobación de su padre y comenzó a pasar de año con lo justo.

‎El colegio tiene una gran tradición de rugby y, aunque a Piñeyro no le gustaba y prefería el fútbol, aprendió a jugarlo por una cuestión de supervivencia. Pese a que lo hacían formar en una posición poco adecuada para su físico menudo, terminó como pateador del primer equipo del colegio. También fue el protagonista de la obra de teatro y el líder de la primera huelga de estudiantes que hubo en el San Andrés. Las derivaciones de ese perfil de líder y contestatario lo dejaron castigado al final de su último año e influyeron en la elección de su carrera. Como no pudo irse de viaje de egresados, terminó haciendo voluntariado con una comunidad wichi en el Chaco.

El golpe de tanta pobreza lo llevó a inscribirse en la carrera de medicina. Vocación de piloto Su verdadera vocación, sin embargo, eran los aviones. Le había nacido con la fuerza de los amores de la niñez, mientras miraba desde su jardín en Vicente López –a dos cuadras de la casa de Perón, sobre la calle Gaspar Campos- el descenso hacia aeroparque de las potentes aeronaves que entonces surcaban los cielos. Aquella fascinación lo llevó a decorar el descanso de su escalera como la cabina de un avión. Allí pasaba las horas el pequeño Piñeyro, soñando con aventuras aéreas. La certeza sobre su destino se le confirmó mientras contemplaba el enjambre de autos que se acercaban al avión apenas cesaba el silbido sensual de sus motores encendidos.

¿Quién era ese señor que concentraba todas las miradas? Piloto, eso es lo que sería de grande. Luego de recibirse y ejercer un par de años como médico, entró a LAPA y comenzó su carrera. Un día entendió que lo había logrado: era piloto de aviones, había cumplido sus sueños de niño. Pronto, sin embargo, empezarían los problemas. La empresa comenzó a expandirse y los estándares de seguridad, a caerse. Piñeyro advirtió sobre los problemas a las autoridades, pero no hubo cambios. Un día se negó a volar un avión que consideró que no estaba en condiciones y el conflicto escaló. Mandó una carta advirtiendo que las deficiencias en los controles eran peligrosas, hizo públicas sus diferencias en los diarios y se terminó yendo. Al poco tiempo, se cumplió su pronóstico más horrible: el accidente de Lapa de 1999 aceleró el final de la compañía.

Whisky, Romeo, Zulu, la película que hizo Piñeyro con esa historia, inauguró la siguiente etapa de su vida. Impedido de volar, se convirtió en un cineasta con vocación por la denuncia, el Michael Moore argentino. También despuntó su carrera actoral –tiene un unipersonal, Volar es humano, aterrizar es divino, que presenta en la Argentina y España- y su debilidad por la cocina. Anchoíta, su restaurante en Villa Crespo, tiene una gran barra de madera en el medio del salón y una carta que rescata los sabores locales, como pescados de río y chipá. Para conseguir reserva hay que llamar con un mes de anticipación.

Cuando está en Buenos Aires, Piñeyro se pone el delantal y atiende los fuegos. Pero le faltaba sentir la potencia de los motores de un avión despegando y lo solucionó a su manera. En febrero de 2020, justo antes de que el mundo entrara en pausa por la pandemia, viajó a Singapur con Calabrese para buscar el Boeing 737 que había decidido comprar. La vuelta fue con demasiadas escalas y Piñeyro sumó el 787, que tiene mayor autonomía.

Con los dos aviones en su poder y sus ansias de volar renovadas, solo le faltaban los pasajeros. Los encontró en los ucranianos, y otros desplazados del mundo. Para llegar a ellos se alió con Oscar Camps, el líder de Open Arms, una ONG catalana que rescata del Mediterráneo a los africanos que naufragan intentando cruzar a Europa. Camps es famoso –hay cuatro documentales y una película de ficción basados en su trabajo con Open Arms- y Piñeyro llegó a él donando una cantidad de dinero suficiente como para llamar su atención.

Tomaron un café y armaron la dupla que hoy está detrás de la evacuación masiva de ucranianos. Hay una escena central en Whisky, Romeo, Zulu. Mercedes Morán, su amor en la ficción, le reprocha a Piñeyro su incapacidad para hacer concesiones. “La infancia se terminó, volar no es lo que soñaste y vos no sos el chico que eras”, le dice. Piñeyro la mira triste, como admitiendo que algo de razón tiene. Casi 20 años después del estreno de la película, Piñeyro recorrió un largo camino y al final lo logró. Ahora, volar sí se convirtió en lo que soñó.

CRÉDITOS

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/el-millonario-rebelde-por-que-enrique-pineyro-decidio-usar-su-fortuna-para-salvar-al-mundo-o-al-nid02042022/