¿En qué se parece un humano a un pez?

Probablemente haya escuchado que los peces tienen una memoria de tres segundos o que son incapaces de sentir dolor. Ninguna de estas afirmaciones es cierta, pero es revelador que estos conceptos erróneos no se apliquen a otros vertebrados.

Quizás sea porque los peces parecen muy diferentes a nosotros. No parecen tener ninguna capacidad de expresión facial o comunicación vocal, y ni siquiera respiramos el mismo aire. En conjunto, estas diferencias los alejan tanto de los humanos que nos cuesta relacionarnos con ellos.

Sin embargo, cuando los científicos han realizado experimentos para saber más sobre los peces, incluida su neurobiología, su vida social y sus facultades mentales, han descubierto una y otra vez que son más complejos de lo que a menudo se cree. De hecho, parecen tener más en común con nosotros de lo que nos gustaría admitir.

En mi investigación a menudo trabajo con el pez cebra, la rata de laboratorio acuática. Aquí cuento cinco cosas fascinantes que otros investigadores y yo hemos descubierto sobre ellos.

1. Los peces pierden la memoria a medida que envejecen

A medida que los seres humanos envejecemos, nuestra memoria decae. Los científicos trabajan para comprender la biología del deterioro cognitivo a fin de predecir cómo podemos ayudar a las personas a envejecer mejor y desarrollar tratamientos para afecciones como la enfermedad de Alzheimer y la demencia.

En los seres humanos, la memoria de trabajo, el proceso mental que usamos para realizar las tareas diarias, disminuye a medida que envejecemos. Mis colegas y yo encontramos algo similar cuando observamos el pez cebra a los seis y 24 meses de edad nadando en un laberinto en forma de Y.

Descubrimos que a los peces más viejos les costaba más navegar por el laberinto en comparación con los más jóvenes. Es más, cuando diseñamos una versión virtual de la tarea para humanos, descubrimos que las personas de 70 años mostraban exactamente los mismos déficits que los peces.

2. Les gustan las mismas drogas que a los humanos

Los biólogos Tristan Darland y John Dowling, de la Universidad de Harvard (EE. UU.), descubrieron que al pez cebra le gusta especialmente la cocaína. Lo confirmaron al colocar la droga en su tanque cuando el pez daban vueltas siguiendo un determinado patrón visual. Esta preferencia también es hereditaria. Los descendientes de peces con predilección por la droga se la transmitieron a sus hijos, un patrón reportado en humanos.

El pez cebra también muestra los patrones de búsqueda compulsiva de drogas observados en personas adictas. El grupo de investigación de Caroline Brennan en la Universidad Queen Mary de Londres (Reino Unido) descubrió que los peces aceptaban ser pescados con una red si eso significaba tener acceso a la cocaína.

Trabajando con el grupo de Brennan y Pfizer, probamos con otras drogas (opiáceos, estimulantes, alcohol y nicotina) para saber qué nos decía el pez cebra sobre su potencial consumo de otras drogas. Resultó que les gustaban todas… excepto el THC, el principal ingrediente psicoactivo del cannabis.

3. Los peces recuerdan a sus amigos

Probablemente ya sepa que los peces son animales sociales. Pueden sincronizar su comportamiento en los bancos (de peces) para que cada individuo refleje los movimientos de su vecino y el grupo parezca moverse como uno solo.

Lo que probablemente no sepa es que cada pez puede reconocer a otros peces de su propio grupo (por el olor, por lo general). Los jóvenes prefieren a sus propios parientes, pero a medida que envejecen las hembras adultas prefieren a las hembras conocidas y a los machos desconocidos. Esto ayuda a prevenir la endogamia.

Los peces conservan estos recuerdos durante 24 horas y prefieren acercarse a un nuevo pez en lugar de al último con el que pasaron el rato. Esto muestra que sus recuerdos sociales son fuertes y convierte en agua pasada el chisme de que su memoria solo dura tres segundos.

4. Los peces sienten dolor

Realmente lo hacen. En 2003, las biólogas Victoria Braithwaite y Lynne Sneddon, entonces en la Universidad de Edimburgo y en el Instituto Roslin, pusieron ácido en los labios de unas truchas. Los peces mostraron respuestas de dolor clásicas: alejarse, frotarse los labios en el fondo del tanque, aumentar su respiración. Este comportamiento desapareció por completo una vez que recibieron un analgésico.

Sin embargo, la pregunta sigue siendo cómo experimentan los peces el dolor. ¿Qué significa el dolor para el animal? No es solo la percepción de un evento físico, como golpearse el dedo del pie. A menudo también es una experiencia emocional. Algunos investigadores piensan que los peces no experimentan dolor de esta manera.

Argumentan que, aunque sienten dolor, no son mentalmente capaces de tener una respuesta emocional a ese dolor, por lo que su sufrimiento debería preocuparnos menos. Esto se debe a que, según ellos, los peces carecen de las partes del cerebro que en los humanos y otros vertebrados superiores están asociadas con la experiencia mental del dolor.

Pero ese argumento ya no es tan convincente. Décadas de trabajo muestran que en la naturaleza existen todo tipo de formas, tamaños y organizaciones del cerebro, y que muchos comportamientos complejos surgen en animales que carecen de las estructuras cerebrales que se han relacionado, en humanos y otros primates, con estos procesos superiores.

De hecho, parece que las estructuras cerebrales en sí mismas pueden ser menos importantes de lo que pensamos. Por ello, los peces podrían tener una experiencia del mundo más sofisticada de lo que imaginamos, aunque usando un cerebro que es bastante diferente al nuestro.

5. Los peces pueden impacientarse

En mi laboratorio estamos interesados en algo llamado control de impulsos. Es la capacidad de alguien para planificar su comportamiento y esperar el mejor momento para realizarlo. El control deficiente de los impulsos es un rasgo que se observa en personas con diversas afecciones psiquiátricas, que incluyen el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, la adicción y el trastorno obsesivo compulsivo.

Entrenamos al pez cebra durante varias semanas en una serie de pruebas, utilizando un tanque especialmente diseñado. En cada prueba, los peces tenían que esperar a que se encendiera una luz en el extremo opuesto del tanque antes de poder nadar a través de una canalización para obtener comida. Si reaccionaban nadando inmediatamente, quedaban decepcionados porque todavía no había comida y tenían que empezar de nuevo. Vimos una gran variación en su capacidad o deseo de esperar. Algunos peces resultaron muy impacientes, mientras que a otros no les importaba esperar. Incluso descubrimos que un medicamento que se usa para tratar el TDAH también hace que los peces se impacienten menos.

Tal vez la próxima vez que vea un pescado se lo piense dos veces antes de tratarlo como un autómata acuático, solo apto para ser comido con salsa tártara y puré de guisantes.

Autor:

Matt Parker – Profesora titular de neurociencia y psicofarmacología, Universidad de Portsmouth

 Fuente: https://theconversation.com/