Querencia: Ese lugar donde tu ser encuentra su morada

No es el lugar donde naciste. No es la casa de tu infancia, ni el rincón que huele a los guisos de tu abuela, ni el patio donde jugaste a perseguir sombras. La querencia no es un mapa marcado por el azar del nacimiento. Quien cree que es así, anda confundido, encadenado al pasado como quien carga una brújula rota.

La querencia es otra cosa. Es el sitio que elige tu alma para respirar. Es el refugio donde los días dejan de ser una carrera contra el reloj y se transforman en tiempo pleno, tiempo vivido. La querencia no tiene dueño ni le importa tu pasaporte. No sabe de fronteras, pero sí de abrazos.

Es ese lugar que no te pide permiso para entrar, porque ya es tuyo desde el primer instante. No es el país que figura en tus documentos, ni la ciudad donde aprendiste a caminar. Es el lugar donde decides quedarte, el espacio que tus pies y tu corazón han elegido para llamarlo hogar.

Querencia no es herencia

Algunos creen que querencia es volver siempre al lugar de donde vinimos, al pueblo que dejamos atrás, a los rostros de quienes nos vieron crecer. Pero la querencia no obedece a la nostalgia ni al mandato de la sangre. No se hereda, se encuentra. No se impone, se siente.

No es el suelo, ni las paredes, ni el horizonte. Es el aire que respiras cuando todo está bien, las risas de los amigos que eliges como familia, la calidez de los brazos que te arropan en los días fríos. Es la melodía que cantan tus pasos cuando sabes que has llegado.

El lugar y las personas

La querencia no vive sola. Se llena de nombres y de rostros, de charlas al sol y silencios compartidos bajo la luna. Son las miradas que te sostienen, las manos que te abrazan, las voces que te llaman por tu nombre verdadero, ese que no aparece en ninguna tarjeta de identidad.

Es el café que compartes en la mesa que ya no es mesa, sino altar. Es la casa que construyes, no con ladrillos, sino con risas, lágrimas y pequeños gestos de amor. La querencia no está en el pasado. Está en el ahora, en el aquí que eliges, en el nosotros que te cobija.

Un acto de libertad

La querencia es un acto de rebeldía. Es decirle al mundo: este es mi lugar, aquí me quedo, aquí soy. Es mirar al cielo, al mar, a la montaña, o tal vez a una calle cualquiera, y sentir que, por fin, has llegado a casa.

No importa si está lejos o cerca, si tiene nombre o no. La querencia no se mide en kilómetros ni en coordenadas. Es una brújula que apunta al centro del pecho. Es la certeza de pertenecer, no porque alguien te lo diga, sino porque lo sientes.

Donde el alma descansa

Al final, la querencia no es un lugar fijo. Es un estado del alma. Es el instante en que dejas de huir, de buscar, de vagar. Es el punto en el que el cansancio se rinde y el corazón se detiene para decir: aquí. Aquí soy. Aquí me quedo.