El hombre que buscaba trabajo

Un cuento corto, de Omar Romano Sforza

El hombre se levantó temprano, como todos los días. Se puso su mejor traje, la corbata que había heredado de su padre, y salió a la calle. El sol aún no asomaba por completo, pero él ya caminaba. Con cada paso, su sombra parecía más pesada.

Iba de empresa en empresa, de oficina en oficina, cargando un currículo que ya estaba desgastado de tanto entregarlo. Cada vez que lo leían, asentían con la cabeza, le daban una sonrisa breve, y lo despedían con un «lo llamaremos». Pero el teléfono nunca sonaba.

El hombre se sentía como un fantasma, invisible.

Caminaba por las mismas calles, entre la misma gente, pero nadie lo veía realmente. Su nombre parecía no existir en el papel de sus solicitudes, en los correos que enviaba, ni en las llamadas que nunca respondían. A veces se preguntaba si realmente seguía ahí, si acaso no se había disuelto en el aire mientras iba de puerta en puerta,

Con el paso de los meses, el hombre notaba algo nuevo. Cada negativa le arrancaba un pedazo de sí mismo. Un día perdió las ganas de reír. Al siguiente, su voz se quebró al hablar. Luego, sus sueños comenzaron a desvanecerse. Un día se miró al espejo y vio que su reflejo era borroso, como si ya no pudiera sostenerse en el cristal.

«¿Qué me queda?», se preguntaba. Y no encontré respuesta.

Caminaba de vuelta a casa cada noche con los pies más cansados ​​que el día anterior. Las calles, antes llenas de promesas, ahora eran largos túneles de desesperanza. Miraba a la gente pasar, las tiendas cerrarse, los autos correr hacia algún lugar. Todos parecían saber a dónde ir, menos él.

Al final, el hombre dejó de buscar.

Un día se quedó sentado en un banco de la plaza, mirando a los otros pasar. Sintió el viento soplarle el rostro y el vacío en su estómago. Y ahí, en ese banco, el hombre se dio cuenta de que no había sido él quien se había rendido.

Fue el mundo quien dejó de buscarlo primero.