Tiempos modernos: “La mala educación, disfrazada de verdad”

Nos estamos acostumbrando al ruido, a los gritos que suplantan las palabras, a los insultos que ahogan los argumentos.

Nos estamos acostumbrando a vernos unos a otros como rivales, no como hermanos. La mala educación, disfrazada de verdad, circula como moneda corriente en boca de algunos pseudos periodistas, influencers, músicos marginales, políticos y gobernantes. Ciudadanos de a pie y la lista es muy larga.

¡Mi tía Sara, siempre decía cuando esto ocurría “A ese hay que lavarle la boca con jabón!”.

Nos venden el desprecio y el desdén como si fuera sabiduría, y poco a poco aprendemos a desconfiar, a odiar, a olvidarnos de nosotros mismos en los demás. Nos pasa que hemos olvidado que la palabra nace para unir, no para destruir. Que la palabra fue hecha para acariciar el alma, no para azotarla.

Pero ahí andamos, en medio de un mundo que aplaude la violencia mientras desprecia la ternura.

¿Qué nos pasa? Quizás nos pasa que el miedo ha crecido tanto que preferimos callar. O, peor aún, preferimos gritar. Tal vez, nos pasa que hemos olvidado cómo mirarnos sin juzgar, cómo hablar sin herir. Y en ese olvido, dejamos de ser nosotros mismos y pasamos a ser sombras de lo que podríamos ser: Una humanidad que prefiere la fría distancia del insulto, al calor del abrazo y el respeto.