La tragedia de los que “no querrían inmigrar de sus países”

En 2024, los inmigrantes siguen huyendo del hambre, de la guerra y del dolor, como lo han hecho siempre. Pero ahora, más que nunca, huyen de guerras que no eligieron y que se libran en sus tierras por los intereses de los poderosos.

Escapan de la violencia que las grandes potencias desatan en África, en Oriente Medio y en tantos otros lugares, allí donde el petróleo, los minerales y la geopolítica valen más que la vida humana. Estos exiliados del mundo no buscan invadir, solo sobrevivir; no huyen porque quieran, huyen porque sus hogares se han convertido en escombros, y sus campos en cementerios.

Europa, que tanto predica la civilización y la democracia, cierra sus puertas y levanta muros ante aquellos que solo buscan refugio de la destrucción que el mismo Occidente ha sembrado. La culpa se les adjudica a ellos, a los que cruzan en barcazas frágiles, a los que caminan días enteros con los hijos a cuestas. Pero los verdaderos responsables están sentados en cómodos despachos, firmando acuerdos de armas y negociando el saqueo de recursos que condenan a esos pueblos al exilio.

Los inmigrantes no son el problema, son la consecuencia.

La consecuencia de un mundo injusto donde la guerra y la miseria se exportan, y el sufrimiento se ignora. Son las víctimas de un sistema que los condena a deambular sin tierra y sin nombre, mientras nosotros, desde la indiferencia, miramos para otro lado. Los mismos que les destruyen sus países con bombas, hambre y saqueo, después les cierran las puertas, les levantan muros y los azotan con discursos de odio y xenofobia. Los criminalizan por atreverse a buscar refugio, por querer salvar a sus hijos, por negarse a morir en el olvido. Se les acusa de invadir, cuando solo buscan un lugar donde vivir en paz; se les culpa de todos los males, cuando en realidad son ellos las víctimas de un sistema que los obliga a emigrar y luego los condena.