La risa tiene algo de magia

Algo de esas cosas cotidianas que uno muchas veces pasa por alto, como la lluvia o el café recién hecho. Y, sin embargo, qué importante es. Como el llanto o como un buen abrazo, la risa nos rescata, nos devuelve a nosotros mismos. Es casi un respiro del alma, un alivio que nos permite sobrellevar lo que a veces nos cuesta.

El cerebro, con todos sus enredos y complejidades, también tiene su rincón para la risa.

Es ese mismo rincón donde guarda los miedos, las ansiedades, las preocupaciones que nos amontonan. Y cuando aparece la risa, esos miedos se desarman por un rato, como si el estrés se cayera de los hombros, como si nos recordara que la vida también debe ser alegría.

Dicen que reír ayuda al corazón, que mejora las defensas y hasta nos saca de las garras de la tristeza.

Puede que sea cierto. Pero lo que sí sé es que cuando alguien nos hace reír, nos hace un regalo. No es solo que sea gracioso. Hay algo más. Hay una complicidad, una tregua en medio del caos. Es como si, en ese momento, esa persona nos dijera: “Podéis estar tranquilos, aquí no hay peligro”. Y eso, claro, genera confianza.

Porque cuando reímos con otro, no solo nos relajamos, también derribamos murallas.

De pronto, lo extraño, lo desconocido, ya no da miedo. Y es esa capacidad de hacernos sentir a salvo lo que nos atrae, lo que nos acerca. Al final, quizá sea por eso por lo que queremos tanto a quien nos hace reír: porque en ese instante, nos regala un poco de paz, un refugio. Y, entre tanto ruido, uno aprende a valorar esos gestos sencillos que, al final, son los que más cuentan.