La felicidad: Una construcción diaria

La felicidad no es un regalo del azar, sino una obra que se edifica día tras día. Como se entrena el cuerpo, también se puede entrenar la mente para incorporar patrones de pensamiento y comportamiento que nos acerquen a la dicha.

La felicidad, ese anhelo tan humano, se cultiva en los gestos cotidianos.

Es en las actividades sencillas, siempre al alcance de nuestras manos, donde encontramos la serenidad: leer un buen libro, dejarse llevar por la música que nos conmueve, conversar con amigos bajo la luz de una tarde dorada, nadar en el mar o en una piscina, meditar en el silencio, o simplemente disfrutar de un baño que nos relaje.

Sin embargo, estos actos simples suelen ser relegados en el bullicio de la vida diaria. Necesitamos tiempo y, más aún, la voluntad de cuidarnos, de crear nuevos hábitos que nos permitan florecer.

No es un camino instantáneo.

La felicidad no se obtiene de la noche a la mañana, pero cada momento dedicado a estas prácticas eleva nuestro espíritu y nos aproxima a un estado de ánimo más luminoso.

La felicidad es, entonces, un jardín que se riega con pequeños gestos, con la paciencia de quien sabe que cada acto de amor, por pequeño que sea, contribuye a la gran obra de vivir en plenitud.